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Mejor Productor Agrícola

MÁXIMO PINCAY | FINCA PINCAY

En pleno ajetreo de una feria agropecuaria de Quinindé, entre puestos improvisados y mesas plásticas, Máximo Pincay se mueve con la naturalidad de cualquier agricultor. No hay discursos, ni gestos grandilocuentes: solo sacos de producto, una sonrisa fácil, palabras compartidas con los vecinos. Sin embargo, en sus manos descansa un grano que ha cambiado la historia del cacao ecuatoriano: el PMA 12, hoy conocido como “Cacao Pincay”.

Su humildad es parte de la leyenda. Verlo en la feria es olvidar, por un momento, que su trabajo ha llevado el nombre de Ecuador a las chocolaterías más exigentes del mundo. En su finca Flor del Bosque, entre la espesura verde de Quinindé, cultiva maíz, cítricos, frutas endémicas casi desconocidas... pero es el cacao lo que lo convirtió en un estandarte.

La historia comenzó en 1989, cuando Máximo sembró sus primeras semillas sin asesoría ni apoyo técnico. Para 1993, junto a su esposa Gladys, la agricultura se volvió una misión familiar. Tres años después, gracias a la capacitación de la fundación MCCH, la familia adoptó prácticas orgánicas, técnicas de poda y poscosecha. La injertación les permitió experimentar hasta dar con la variedad que hoy es su emblema: el PMA 12, capaz de producir 30 quintales de grano seco por hectárea (llegando a 40 en ciertas zonas costeras de Esmeraldas).
Lo que distingue al PMA 12 no es solo el rendimiento, sino su aromas frutales con un dejo de nuez, una complejidad que sedujo a compradores en Santo Domingo, Quito... y el mundo. Para Pincay, la explicación es sencilla: “Hay que tenerle amor al terreno, amor a la tierra, amor a la finca, amor a la familia para producir buen fruto.”
Ese amor trascendió su propía parcela. Consciente del impacto de su hallazgo, la familia decidió compartirlo. “Le dijimos a Dios que, si nos daba esta variedad, no sería solo para nosotros, sino para todos los campesinos necesitados de la zona.” Cumplieron la promesa regalando material de siembra a otros agricultores, ayudando a levantar la economía local y a consolidar el prestigio del cacao fino ecuatoriano.
Hoy, mientras el Ministerio de Agricultura lo respalda con capacitaciones y su nombre recorre los mercados internacionales, Pincay sigue anclado en Quinindé. Su historia nos recuerda que la excelencia mundial puede nacer de un rincón humilde.